Barcelona,
lunes 29 de octubre de 2012
Hoy
he ido de excursión. Estoy tan cansada que me duele hasta la punta
de los dedos. Hemos visitado tantas cosas, que, en realidad, no me
acuerdo ni de la mitad. Ha sido un día estupendo, lleno de diversión
y alegría. Claro que, también con algunos que otros sustos. Hemos
visitado un gran barranco. Tengo vértigo, y me he mareado tanto al
ver a la altura a la que estaba, que no me he caído de milagro.
Pasamos por el pueblo, y visitamos su castillo. ¡Precioso! También
interesante y muy, muy antiguo. Era tan grande que casi nos perdemos.
También visitamos una montaña que había cerca de por allí. El
calor casi me mata, porque, entre cuesta para arriba y cuesta para
abajo, el cansancio se hacía notar. Cuando hemos parado a merendar,
en un parque, nos hemos sentado en un banco, pero luego vienen unos
niños mayores y van y nos echan. Yo pienso, en realidad, que solo se
meten con los menores que ellos, porque son unos cobardes, (el mismo
rollo de siempre). Claro que, se lo hemos dicho a los maestros y
ellos nos han recuperado el sitio. De vuelta, en el autobús, no
paraban de dar patadas en mi asiento, incomodándome. Les he pedido
amablemente que paren, una y otra vez, pero contra más se lo decía,
más patadas pegaban. Hasta que no he podido más, se me ha agotado
la paciencia, y les he dicho de tal manera que parasen, (un defecto
mío), que en todo el camino no se oía ni una mosca detrás de mí.
Cuando llegamos, y me bajé del autobús, estaba tan mareada que mi
padre casi me tiene que llevar a cuestas a mi casa. Pero mira, aquí
estoy, escribiendo esto, porque el cansancio nunca podrá apagar las
ganas de escribir cada día. Hasta mañana.
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