Barcelona,
miércoles 7 de noviembre de 2012
Hoy
ha sido un día como cualquier otro. Como nos lleva pasando desde
hace unas semanas, el tiempo está loco. Por la mañana parecía que
iba a diluviar. Sin embargo, casi a la salida, si abríamos la
persianas, el sol nos daba en la cara cegándonos por completo.
Ahora, está el cielo nublado, de un raro tono gris. En el recreo,
hemos tenido que pasar por mitad de los charcos, no había otra
salida. Pero, como por allí pasa tanta gente, pues claro, pisábamos
todos, y nos salpicábamos unos a otros, haciéndonos enfadar. Claro
que, había algunos que lo hacían a propósito, y eso me enfurecía.
Luego está, el tema de los resbalones. Iba corriendo, y el suelo
estaba empapado. Me resbalé y me caí. Ahora tengo un moratón en la
rodilla, (¡qué vergüenza pasé!) aunque ya hago lo posible por
olvidarlo y no avergonzarme más. En el piso de abajo no paran de
hacer ruido, bueno, ruido no, es que debajo hay clases de baile, y
ponen la música a mucho volumen. Aparte, se escuchan los zapatazos
de la gente, hablar, gritar... Un completo jaleo. Con lo cual tengo
que ponerme unos auriculares y ponerme música tranquila para poder
estudiar. Es que... ¡No hay manera, con todo ese jaleo ahí abajo!
No comprendo como la gente que acude a esas clases no sale con los
oídos destrozados. ¡Si se escucha desde un segundo, que es donde
estoy yo! Y en la calle de enfrente, parece que sólo saben hablar a
gritos. ¡Así no hay quién pueda estudiar ni nada!
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